Creemos que la vida es un animal salvaje más que podemos domesticar.
Un animal para poner a nuestro servicio y placer — le creamos un asiento para montar, le pusimos correas en el hocico y nos tejimos un látigo para que avance al capricho de nuestro ritmo.
Al primer intento de pretenderla controlar, la vida resultó ser un toro salvaje y violento y libre por naturaleza, al que no le gusta tener hombre por encima.
Resultó que la vida no se debe domesticar; la vida se debe domar.
Puedes lograr que el toro camine por donde quieres. Así como el domador de leones logra que estos animales, que en cualquier momento podrían acabar con su vida, pasen por aros de fuego.
Puedes lograr esto, y más, pero nunca domesticar la vida.
Este es el secreto del domador: vive sin miedo; espera su futuro sin ansias; se preocupa sólo por lo que está en sus manos, lo que sí puede controlar; pero sobre todo disfruta con placer el riesgo diario de su vivir.
¿Me arrancará un brazo?
¿Se revelará en mi contra e intentará atravesar mi pecho de una cornada?
Quien busca domar la vida debe darse cuenta que todo ha sido un espejismo de falso control, una falsa domesticación de la vida:
un calendario para programar nuestros días; un trabajo con un ingreso fijo; y un seguro de vida, que bueno, el nombre lo dice todo.
Artefactos y mecanismos para aminorar nuestras ansias por tener un mañana seguro. Artefactos y mecanismos que a un chasquido de dedos desaparecen.
Pero un mañana seguro es algo que todos tenemos asegurado.
En salud o en enfermedad; en riqueza o en pobreza; en alegría o en pena; en compañía o en soledad; en vida o en muerte: ese mañana llegará.
No intentes domesticar tu vida. No pierdas el tiempo intentando tener el absoluto control de tu futuro.
Doma al toro, tómalo por los cuernos; aminora los riesgos, toma con firmeza lo que esté en tus manos y vive disfrutando con placer el riesgo de tu diario vivir.
“Nuestra ansiedad no viene de pensar en el futuro, sino de querer controlarlo” - Khalil Gibran.