Hace 2 semanas me preguntó un grupo de estudiantes: “¿Qué es para ti ser hombre?”
La imagen de Maximiliano en Auschwitz, hace más de 80 años, cruzó mi recuerdo.
En vez de decirles lo que para mí es, les contaré cómo se ve ser un hombre — les respondí.
Prisionero durante la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración de Auschwitz, fue aquí donde la masculinidad de Maximiliano Kolbe llegó a la cumbre más alta a la que cualquier hombre podría aspirar sobre la tierra.
Sin estar condenado a muerte, Kolbe intercambió su vida por la de Franciszek Gajowniczek, un sargento polaco condenado a morir, y padre de 3 niños.
Kolbe llevaba tatuado en su piel cinco dígitos: 16670. Su número de preso.
La Schutzstaffel (SS; escuadrones de protección) bajo el control de Rudolf Höss, mejor conocido como “el animal de Auschwitz”, habían implementado esto para contar y controlar a los prisioneros.
Pero había una forma de control más animal y salvaje: matar 10 prisioneros al azar por cada preso que se escapaba.
Y no era una ejecución rápida con un tiro de gracia. Era una muerte lenta y agonizante a base de hambre y sed.
Una mañana de 1941, los guardias notaron que faltaba un preso en el bloque 14, al que pertenecían los dos polacos: Kolbe y Gajowniczek.
Todos los pertenecientes al bloque 14 fueron puestos en fila, y el comandante Karl Fritzsch fue eligiendo 10 víctimas al azar para ser ejecutadas. Kolbe se salvó, pero Gajowniczek fue elegido entre los diez.
Se dice que Gajowniczek comenzó a llorar y a lamentarse porque sus 3 hijos quedarían ahora huérfanos. Entonces el gran hombre entró en acción.
Kolbe, conmovido, dio un paso adelante sabiendo que con ello venía el riesgo de recibir un tiro instantáneo en la cabeza por su desobediencia. No lo recibió. Y con ese paso, Kolbe ofrecía su vida a los nazis a cambio de la vida de Gajowniczek.
Los nazis la tomaron.
Imagino la escena, y me es imposible no pensar en lo pequeños que se debieron de haber sentido aquellos cobardes ante la grandeza y valentía de este verdadero hombre que fue Kolbe. Sus uniformes, sus armas y su pretendida grandeza debieron haberse sentido como plomo sobre sus hombros al menos durante unos segundos.
Un hombre que ya no tenía nada, dando la vida por un desconocido. Por la esposa y los hijos de un desconocido. Pensando fuera de sí. Dejando que su esperanza guiara su corazón. Una esperanza en lograr que Gajowniczek pudiera reunirse de nuevo con su familia, dispuesto a pagar por su esperanza con su propia vida.
Se dice que Kolbe fue uno de los últimos cuatro en morir después de poco más de 3 semanas sin comer ni beber.
Cuando terminé de contar la historia, los chicos estaban callados y sorprendidos. Nunca habían escuchado un acto tan grande de heroísmo.
Entonces comprendieron cómo se ve ser un hombre.
O al menos eso espero…