No hay sobre el mundo algo más digno de adoración para un niño, varón, que su madre.
No hay sobre el mundo algo más digno de admiración para un niño, varón, que su padre.
Siempre y cuándo él se gane su respeto.
Es curioso el efecto con nosotros los padres:
Pareciera ser que los hombres nos “tenemos que ganar” el respeto y admiración de nuestros hijos hombres.
¿Cómo? — Amando a su madre.
Pero déjame te cuento lo que veo en esto:
Piensa en esas figuras de ficción masculinas dignas de admiración como William Wallace, Máximo Décimo Meridio ó Aragorn.
Hay una característica en particular que los hace tan atractivos — sin miedo a poner en juego mi masculinidad.
Es su fidelidad e integridad hasta la muerte, a alguien o a una causa.
En lo personal, una de mis escenas favoritas del Gladiador es cuando Máximo rechaza el intento de seducción de Lucila por honrar a su esposa e hijo asesinados.
O esa escena donde contempla lo único que le queda de ellos: 2 figuritas talladas en madera que son ahora su aliento.
Ver a alguien tan decidido en darse, en entregarse por algo o alguien nos desata una irresistible admiración.
Y me llama la atención cómo los niños no son la excepción.
Así que si has decidido ganarte el respeto y la admiración de tu hijo, decídete por deshacerte en entrega por tu esposa, su madre.
Cuando amas, cuidas, proteges y procuras con todo tu ser a quien tu hijo más ama, su madre, en automático diriges parte de ese amor hacia ti.
Ellos lo ven todo.
Ellos se dan cuenta de todo.
Así que créeme: él no quiere más juguetes. Incluso no quiere que lo ames primero a él.
Él quiere que ames a su mamá primero, y como consecuencia a él.