Si se quiere un cambio profundo en la personalidad y en la manera de comportarse, es necesario tener metas claras para el futuro.
No se trata sólo de hacer un ejercicio de visualización, sino de tomarse el tiempo de poner metas y una estrategia que detone los comportamientos específicos para alcanzarlos.
Las metas deben ser claras no sólo al establecerlas en lo exterior, sino deben serlo también para el interior. Idealmente deben ir unidas a deseos profundos del corazón, a deseos de trascendencia; a personas o causas que van más allá de nosotros mismos.
Es aquí donde pensar en una meta tan vaga como “hacer más dinero” puede no ser tan potente como el decir “Generar los recursos para salir de vacaciones con mi familia cada vez que me de la gana”.
En mi caso, fue unos 9 años atrás, la primera vez que me dije a mi mismo “no quiero ser empleado toda mi vida, quiero libertad”. Todo fue a raíz de haber dormitado mientras manejaba, a causa de una jornada de +32 hrs. Ese accidente me costó un auto que se hizo pérdida total y un poste de luz. Que pensándolo en retrospectiva, me salió barato.
Aún así, no fue sino hasta 3 años después, cuando nació mi primer hijo, que una meta con una razón muy poderosa se apoderó de mi: “no quiero ser empleado toda mi vida, quiero libertad para estar más tiempo con mi familia”.
A partir de ahí, comencé a trazar un plan con acciones muy precisas.
Dice Diego Barrazas que lo más importante es tener claro el qué, porque el “cómo” va apareciendo en el camino, y es cierto.
La primer meta era encontrar la forma de tener más control sobre mi tiempo.