Hace tiempo que la madurez dejó de estar relacionada con los años. O tal vez nunca lo estuvo.
80 años atrás el mundo te “obligaba” a madurar joven. Hoy el mundo te da la opción de madurar.
El hambre, la guerra y la necesidad de sobrevivir acortaban la niñez.
La abundancia de recursos, la seguridad y la comodidad ahora la extienden.
(No es una generalización, pero sí una observación a una parte de los hombres.)
¿Por qué ahora que tenemos la opción de tomar la decisión, simplemente la aplazamos?
O más temible aún: creamos un espejismo de madurez.
Asumimos “responsabilidad” por perros y gatos, pero no por otros seres humanos.
Nos comprometemos “a muerte” con causas, ideales y equipos de futbol, pero cuando se nos habla de firmar un compromiso “hasta que la muerte nos separe” con una mujer, nos tiemblan las piernas.
¿Será que creamos este espejismo para auto-engañarnos y simular que maduramos?
¿Será que nos “responsabilizamos y comprometemos” con cosas que no son capaces de reclamarnos ni exigirnos directamente para seguir en la comodidad?
Jamás diría que la solución es regresar a lo de hace 80 años.
Quedarnos donde estamos definitivamente no lo es.
El único camino que veo desde los sesgos de mi experiencia, y que me funcionó 12 años atrás cuando comencé este camino, es un despertar de consciencia. Un despertar de nuestra identidad como hombres, y asumir la responsabilidad de todo lo que eso conlleva.
Y recordar siempre que una primera señal de madurez es dar fruto; la segunda es que ese fruto permanezca.